martes, 7 de abril de 2009

Carlos Herrera - DOMINGO DE RAMOS, DOMINGO DE LAZOS

Porque me ha gustado; porque me parece genial; porque me da envidia no haberlo escrito yo; en fín, porque me da la real gana, cuelgo aquí un artículo de Carlos Herrera aparecido en el suplemento XL Semanal. Espero que os guste.







Hoy es Domingo de Ramos. Borriquitas por doquier. Chiquillos por delante, «un sol entre las manos» y padres a la vera. Ilusiones de cera, estrenos de Pascua, palmas rizadas, esplendores por inaugurar y zapatos nuevos en los pies. Colores pastel en el rostro joven de la primavera, pecadillos a la mar, corazones derretidos al calor de abril, entrada sabrosa en Jerusalén y Dios en andas campando a sus anchas. Se abre la espita de la Semana Santa, capirotes en bandada y llanto en las risas de domingo. Lo sabido, lo de todos los años. Si acaso, una novedad: algunas hermandades han decidido mostrar su postura opuesta al aborto y a la ampliación que proyecta el Gobierno de España. En algunas ciudades lucirán lazos blancos y en otras manifestarán ceremonialmente su disconformidad. La irritación está servida. Sorprendentemente, añado. ¿Qué hay de anacrónico en ello? Para ser miembro de una hermandad de penitencia es menester manifestar la fe católica mediante los correspondientes certificados de bautismo y es de obligado cumplimiento la adhesión a los preceptos elementales del dogma correspondiente. Una hermandad no le pregunta a cada nazareno qué pasa por su cabeza mientras procesiona, pero sí obliga a que éstos conozcan sus posturas acerca de los desafíos de este mundo. La Iglesia es disconforme con las prácticas abortistas, con lo que parece elemental que se manifiesten en ese sentido. Nadie está obligado a formar parte de una cofradía ni a realizar estación de penitencia alguna. ¿Dónde está el problema? Las autoridades políticas que promocionan la ley de marras andan profundamente irritadas por el hecho de que este tipo de asociaciones se posicionen en contra de una normativa gubernamental que consideran improcedente. Las voces sectarias han elaborando un mensaje esencial: «No mezclen religión con política». Hacen como Franco cuando aconsejó a un coetáneo aquello de «haga como yo: no se meta en política». El mensaje es indudablemente perverso, ya que lleva implícito un mandato excluyente: la política es cosa exclusivamente de políticos y vosotros, simplemente, os podéis dedicar a lo elementalmente festivo, a la decoración superficial de las sociedades, a manifestaciones culturales, a ilustrar la tradición de diversos colectivos. ¿Quiénes sois vosotros, simples nazarenos, para reconvenir a un gobierno? ¿Quién le ha dicho a esta partida de imbéciles que ellos son soberanos para decidir quién tiene derecho y quién no para manifestar sus creencias? Una cofradía actuará de forma correcta siempre y cuando se manifieste acorde con el pensamiento dominante; entonces puede entrar en política. Si es para incomodarnos, no. Peligroso deslizamiento hacia el pensamiento totalitario. Una joven de dieciséis años no puede tatuarse un brazo si no presenta el preceptivo permiso paterno. Sin embargo, sí podrá abortar sin necesidad de consultarlo con sus custodios. Algo tan sumamente irracional acaba de ser propuesto en un proyecto de ley que todos estos capullos sulfurados consideran irreprochable. Si lo reprochas desde una hermandad con reglas concretamente católicas, corres el peligro de que te acusen de medievalista y de que te nieguen el derecho a manifestarlo aún no sé bien en nombre de qué. Te dicen que te otorgan subvenciones y que, por lo tanto, eres preso de su voluntad. ¿Cabe mayor sinvergonzonería? Una cofradía, según el criterio de toda esta colección de mediocres mentales, debe limitarse al papel decorativo de fiestas patronales y al lucrativo negocio de ingresos por atractivo turístico. Pensar, no. Pensar está prohibido si piensas en contra de lo que decido yo. Dedicaos a encender vuestros cirios, a pasear vuestros santos, a prender vuestros pebeteros y a tocar vuestra música. Yo, el poder, os cortaré el tráfico y os despejaré el panorama. Pero a partir de ahí no se os ocurra chistarme. «No podemos dejar la Semana Santa en manos exclusivamente de los católicos», llegó a decir uno de estos estólidos, los mismos que pretenden que el laicismo convierta una procesión religiosa en un desfile civil de cuatro monos políticos con vara y estandarte. No hagan caso de tanta estupidez. Si no quieren manifestarse en contra de dicha ley, no lo hagan; pero si quieren que su posición no pase inadvertida, sean consecuentes con lo que significa vestirse hoy de nazareno. Feliz Domingo de Ramos, en cualquier caso.

(CARLOS HERRERA)

3 comentarios:

  1. 'Porque me da la real gana' así ni quien te discuta nada.
    Me encantó el artículo Rafamo, no tengo ni idea de quién es este señor, pero si te puedo decir que tú escribes igual o mejor que él.

    ¡Montefalco! sólo de viernes a domingo, pero peor es nada, te recordé mucho.
    ¡Ah! y por supuesto que tienes tus dosis diarias de Guadalupe.

    ¡¡¡FELICES PASCUAS!!!

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  2. Rafamo, es un artículo muy bueno de D. Enrique Monasterio. No importa que lo quites si te parece muy largo, creo que vale la pena.

    La trampa de los 16.

    —No te alarmes, colega —me dijo Kloster hace unos días—; no es preciso que salgas huyendo del país. Créeme, las niñas de 16 años no abortarán sin pedir permiso a papá. ¡Cómo va a consentir nuestro gobierno semejante despropósito! Para matar a un niño hay que ser mayor de edad o, al menos, que el abuelo sea cómplice de la faena. Nuestros amados líderes promoverán el aborto en familia, o sea con más implicados. La futura ley, ya lo verás, dejará claro que es preciso contar, al menos, con cuatro personas y media: una chica engañada, un cirujano sin escrúpulos, un abuelo que pague la factura, un psicólogo para anestesiar la conciencia de la mamá y un cadáver tan pequeño, tan pequeño que casi no parezca cadáver.

    Kloster no suele bromear con estas cosas y yo tampoco. O sea, que con su peculiar facundia hablaba muy en serio y supongo que tiene razón. Luego, me reveló lo que él llama “la trampa”.

    —Supongamos —y por desgracia no es mucho suponer— que dentro de un año o dos el gobierno de turno decide legalizar el suicidio asistido. La “hoja de ruta” será más o menos ésta:

    Primero se filtra un rumor-sonda a la prensa amiga: “el gobierno está dispuesto a regular por ley el derecho a morir dignamente”. Es muy importante elegir bien las palabras: “derecho” y “dignidad” son vocablos hipnóticos muy adecuados para el caso. Conviene repetirlos para que vaya calando en el personal la idea de que uno tiene “derecho” a terminar con su existencia por las bravas y que, para conservar la propia dignidad, nada mejor que decidir el día y la hora del deceso.

    A continuación se busca un caso límite; una de esas historias que conmueven a todos; se manipula convenientemente y se hace una peli bien subvencionada por el Ministerio de la cosa. Por último, se pregona que la ley no atentará contra nadie, ya que a nadie se le obligará a suicidarse. Sin embargo bastará con que el suicida tenga 16 años y firme la solicitud adjuntando el DNI, para proceder a la interrupción voluntaria de su miserable vida con cargo de la seguridad social, o sea, con todas las garantías higiénico-sanitarias.

    Es previsible que la opinión pública reaccione con estupor y que las organizaciones defensoras de la vida salgan a la calle. La Plaza de Colón volverá a llenarse de ciudadanos: dos millones según los organizadores y varios centenares según el cuerpo de bomberos. Da igual. Lo malo sería que cayéramos una vez más en la trampa.

    Y es que el ministro del ramo, intimidado por la “multitud vociferante”, recibirá a una comisión de los partidarios de la vida y dialogará a tope. Cederá en la cuestión de los 16 años y dirá que bueno, que 18. Garantizará a los manifestantes que nadie podrá interrumpir su vida sin cumplir algunos otros requisitos como la consulta familiar, el asesoramiento de expertos en la materia, etc. Y además el servicio de matarifes ya no será gratuito; habrá que pagar unos simbólicos euritos para el tercer mundo, y al suicida no se le privará del derecho a reclamar en caso de que algo falle y lo dejen a medias.

    Como los partidarios de la vida humana no estarán de acuerdo ni siquiera así, el mensaje del gobierno será claro: entre los “fundamentalistas”, anclados en el pasado que no quieren saber nada de ampliar derechos, y los radicales que pretenden liberalizar el suicidio sin límites, ellos elaborarán una ley “progresista y centrada” que nos permitirá “avanzar” hacia un futuro laico, feliz y soleado, que será la envidia de los países de nuestro entorno.
    —O sea…, que lo del aborto a 16 años sólo pretendía darnos carnaza. Nunca pensaron en serio en autorizarlo; era una especie de juego.
    [Photo]
    —Así es, colega, un juego...,
    y un juego vil,
    que no hay que jugarlo a ciegas,
    pues juegas cien veces, mil,
    y de las mil ves, febril,
    que o te pasas o no llegas.

    Lo dijo don Mendo y tenía razón. Esta vez “nos pasamos” gritando contra los 16 años, sin comprender que la batalla era otra.

    Para vencerla hay que plantarse.

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  3. Paloma, por favor. No me digas que yo escribo mejor que Carlos Herrera (insigne escritor y locutor radiofónico). Ya sé, ya sé que por amistad lo escribes. Pero ¡me falta tanto por aprender! (sin falsa humildad te contesto).

    Con respeto a tu segundo comentario, no sólo no lo censuro sino que me parece tan bueno (y real, dicho sea de paso) que te lo tomo prestado como próxima entrada. Gracias.

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